Opinión

Carta abierta a Pablo Iglesias
Fernando Gallardo. Conferenciante, escritor y crítico de hoteles en el diario EL PAÍS.

Con todos los respetos que merece un vicepresidente del Gobierno de España y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, hoy le tengo que reprochar su ignorancia en materia turística y la insistente muestra de ello por parte del partido político que usted preside. No es un reproche menor cuando el momento elegido para agraviar —de nuevo— a los casi tres millones de trabajadores y cientos de miles de empresas que sustentan esta actividad económica, social y cultural ha sido su presentación, la semana pasada, del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española. El evento concitaba un interés crucial para una ciudadanía ansiosa por conocer las propuestas de su gobierno frente a la crisis sanitaria y la hoja de ruta elaborada para el rearme productivo y anímico de nuestro país.

En su intervención como gestor de la Agenda 2030, usted acusó como una debilidad estructural la fuerte dependencia del turismo internacional y abogó, en consecuencia, por diversificar la economía española. Al mismo tiempo, reconoció que “el turismo internacional siempre va a ser importante para un país como España”, pero no a los niveles actuales de representatividad, esto es, un 12,3% del PIB y un 14,7% de la población laboral. Seguramente le gustaría ver disminuida la cifra de los 83,7 millones de turistas internacionales que visitaron nuestro país en 2019 y que causó la envidia de casi todos los países de este planeta. Una ingente cantidad de los cuales, todos reunidos, no acreditaría enarbolar ni la mitad de la celebrada estadística española. Debo entender, en su favor, que también vería de buen grado un recorte en el número de visitas sin que se resintiera el cheque de los 135.000 millones de euros que España ingresa cada año por este ítem.

Desde luego, no ha hecho usted muchos amigos en el sector turístico, señor Iglesias. Millones de familias se preguntan cómo piensa usted reestructurar la economía española. Y, aún con más urgencia, qué clase de empleo piensa diseñar para ellos. O cómo va a impedir que a la parte alícuota de los 2.500 millones de asiáticos recién constituidos en clases medias se le pase por la cabeza visitar algún día España. Cómo impedir así que su PIB turístico no siga en aumento. Por no sumar a la ecuación del gasto futuro el consumo de la edad equinoccial, cuya previsión de alcanzar el 34% de la población española en 2050 terminaría por desequilibrar su propósito de adelgazamiento turístico expresado el otro día ante las cámaras.

Mire, vicepresidente, el turismo va a alcanzar en los años posteriores a la pandemia una proporción del PIB mucho mayor a la que usted desea. Se ponga como se ponga, y se proponga lo que se proponga, la participación del turismo en el PIB español será muy superior al 12,3% actual. Hace falta para ello que usted, su Gobierno, el resto de las instituciones públicas y la sociedad española al completo comprendan que el turismo debería representar el 100% de la actividad económica del país, cuando no de la social, la cultural, la tecnológica y, ojalá, la sentimental.

Señor Iglesias, usted, los suyos y muchos de los nuestros siguen pensando que el turismo es una fábrica de camas y de servir cervezas. Que el turismo es plantar la sombrilla y ligar bronce en la playa. Que el turismo es un hotel, un restaurante, un aeropuerto y una tienda de souvenirs. Pero no, camarada, deje usted por un momento sus lecturas decimonónicas y empiece a comprender que un viaje es una emoción, una pulsión de experiencias, una exploración geográfica o humanística, una brisa fresca ciudadana, una lección de vida y una elección de libertad.

Turismo es esa farola que alumbra el paseo nocturno para sentir el perfume del mar. Y, consiguientemente, la acción consistorial de instalarla y mantenerla. Turismo es esa escuelita de pueblo conectada por 5G a las mejores Universidades donde se forman los ciudadanos que mañana darán vueltas al mundo para comprenderlo mejor y convertirlo en su próspero hogar, esta mañana en Singapur, esta tarde en Hong Kong y mañana en Aquisgrán. Ciudades que serán inteligentes para que las personas como usted y como yo podamos interactuar eficientemente con los demás. Inteligencia artificial al servicio de la movilidad, de la producción a escala de objetos o servicios proporcionados a los viajeros. Y, claro está, la alta tecnología que nos hace volar más seguros, más rápido y en condiciones más sostenibles, que es nuestro ideal común.

Turismo es tener el cuerpo jota a los 85 años para degustar un platillo de hummus a poca distancia de las tumbas nabateas de Petra. Y para ello necesitamos salud, equipamientos de última generación, profesionales bien formados y mucha investigación en biotecnología. Sin el reclamo de la gastronomía no nos serviría de mucho ese PIB sanitario, no valdría tanto la pena vivir.

Turismo es la energía alternativa de nuestra existencia. Porque, aunque usted no lo crea, se viaja mejor respirando aire puro en los Pirineos que aquel smog tóxico al que nunca nos acostumbramos del todo en Bilbao. Por eso, cuando se descontaminó la ría y Gehry hizo del Guggenheim el símbolo de la transformación bilbaína, fluyeron los turistas al reclamo del ‘Ven y cuéntalo’. Entérese y cuéntelo: el aire limpio, las calles peatonales, llaman al turismo.

El turismo ha sido un factor primordial de la democracia en España. Gracias a esta industria, que nos abrió al mundo desde nuestra incorporación a las Naciones Unidas y la subsecuente aceptación de la Carta Universal de los Derechos Humanos, una mayoría de españoles democratizó sus vidas, aprobó la vigente Constitución y consintió que usted y sus camaradas pudieran estar sentados, con la autoridad que les ha conferido el voto democrático, en un Consejo de Ministros y no frente a un Consejo de Guerra. No es ninguna exageración, señor vicepresidente. Está en los anaqueles de su Facultad de Ciencias Políticas.

El turismo, en fin, es una actividad transversal, si no la más transversal de todas las actividades. Su atomización empresarial pone a España en desventaja cuando se utilizan las métricas de la rentabilidad económica y su escalabilidad global. Pero, al mismo tiempo, esta misma atomización le confiere un sesgo más participativo, dibuja un modelo de economía más inclusiva.

Por el bien de todos, que es con lo que se supone que sueña usted todas las noches, no vea debilidades donde solo hay fortalezas, no sienta amenazas donde los demás vemos oportunidades. Cuando el virus deje de ser un problema, el turismo resurgirá como esa industria que es de paz y felicidad.

Medite bien sus próximas decisiones. No vaya a ser que el renacer del turismo acabe escribiendo su epílogo político, Pablo Iglesias.