Opinión

La quimera digital del futuro Jack London
Fernando Gallardo. Conferenciante, escritor y crítico de hoteles.

Opinión en Touristic News

Lo que voy a escribir no favorece al turismo. A veces hay algo mejor que gastarse el dinero en un viaje, pernoctar en un hotel de ensueño, visitar ese destino que siempre habíamos querido conocer. A veces es mejor ahorrar.

Ahorrar no favorece al turismo a corto plazo en un país como España, cuya cultura hedonista nos hace preferir ir de bares, salir de compras, rascarse el bolsillo con el último capricho… Disfrutar de la vida, en román paladino.

Gastar es mover el dinero, estimular la economía, generar prosperidad. Ahorrar también lo es, pero a más largo plazo. Ahorrar permite comprar sin tener exposición al crédito. Ahorrar permite capitalizarse, capitalizar empresas, instaurar los fundamentos de una economía próspera a años vista.

En esta atribulada dialéctica definen los países sus políticas económicas. España no es un país muy ahorrador que digamos. Ocupa el 65º lugar con una tasa del 22,91% con respecto a su PIB, muy lejos de naciones tan afanosas en la acumulación de capital como China, que ahorra el 43,82% de su PIB, o Singapur (42,83%), Noruega (33,25%), Países Bajos (31,23%), Alemania (28,52%) o Francia (23,40%). De ahí se entiende que España sea un lugar codiciado para vivir, aunque menos para prosperar que los países ya mencionados.

El ahorro no ha formado parte del ideario existencial de los españoles, si bien las generaciones anteriores lo hacían más que ahora, fundamentalmente orientado hacia la propiedad inmobiliaria. Cuando se dice que España es un país de propietarios no se explica bien que en gran parte se debe a que este activo —la vivienda particular— es el único que suscita confianza por su potencial de ahorro. Otras naciones de nuestro entorno están menos expuestas al ladrillo, y enfocan consecuentemente sus ahorros a otros instrumentos más líquidos y no tan exigidos de una alta capitalización. No todo el mundo, ni en España ni en el resto de países, tiene en su cuenta corriente 300.000 euros para gastárselos en un activo inmobiliario, lo que obliga a mantener una cierta capacidad de endeudamiento.

A los españoles puede que les cueste más entender por ello el extraordinario potencial del bitcoin como reserva de valor, y no solo como una criptomoneda transable sin intermediarios bancarios ni comisiones transfronterizas. Si uno tiene euros en el bolsillo, o bajo el colchón, o en su cuenta corriente, o con fácil acceso al crédito hipotecario, para qué pretender otra criptomoneda universal si con dichos euros se va a todas partes y tampoco es que se pase uno todo el día comprando en Amazon fuera de España. Efectivamente, el bitcoin como moneda no tiene demasiada utilidad en estas circunstancias.

Pero pensemos en el bitcoin como una tecnología imbatible para almacenar y transferir valor. Al precio que sea, a los 30.000 euros actuales o a los 300.000 euros que podría alcanzar en un futuro no tan lejano. Es cierto que condicionado por su alta volatilidad y la fragilidad inducida por la persecución de ciertos Estados. Pensemos que esta representación algorítmica, supuestamente inviolable, elimina la necesidad de los bancos, ahora que están en fase ERE y deshaciéndose de oficinas comerciales. Que evita las comisiones de cambio, las tasas por transferencia de dinero, la burocracia y el arbitraje en las transacciones.

Hagamos un sutil ejercicio comparativo. Pongamos que necesitamos guardar esos 300.000 euros ahorrados para gastarlos dentro de una década, cuando nuestros hijos crezcan o tengamos que cambiarnos de ciudad. Muy probablemente en diez años esta cantidad se habrá reducido a 240.000 euros solo por efecto de la inflación, sin considerar que esta próxima década podría fácilmente ver duplicada o triplicada dicha tasa de inflación por culpa de las políticas monetarias que estamos aplicando tras la pandemia. Esos 300.000 euros se nos quedarían al final en 120.000 euros en capacidad adquisitiva deducida la inflación. (Hago números gruesos que no contemplan el interés compuesto, ni otros descuentos o cargas fiscales).

Así que lo inteligente no es guardar el dinero, sino ponerlo a producir. Invertir en un valor bursátil con el riesgo que supone de ver mermado la inversión por una selección equivocada o por una coyuntura de crisis financiera. Además, invertir en una determinada compañía presupone que ésta permanecerá operativa dentro de una década, lo cual a veces es mucho presuponer, vista la aceleración tecnológica que se está produciendo en nuestros días.

Contemplemos entonces invertir ese dinero en un inmueble o una tierra de labor, solo que nunca tendremos la certeza de hacer líquida esa inversión al precio que esperamos. Hasta ahora, la mayoría de los ahorradores se había refugiado en el oro porque sí se hace líquido prontamente, aunque asumiendo una volatilidad mucho mayor que la de un inmueble o una sembradura. Es imprescindible saber que la minería del oro mantiene un incremento de producción anual cifrado en un 2%, lo que acaba reduciendo su valor con el tiempo. Es asimismo obligado idear un sistema de almacenamiento y transporte de los lingotes, ya que a unos 1.500 euros la onza estaremos obligados a meter casi seis kilos de oro en una maleta, con los consiguientes riesgos de interceptación en un aeropuerto o un posible hurto en su traslado.

¿Interceptación? Sí, guardar oro en un banco ha tenido siempre sus riesgos. Políticos, los más. Si nos fijamos en la estadística, esos 300.000 euros en lingotes de oro habrían sido confiscados en 95 de las 100 ciudades más importantes del mundo en el último siglo, debido a los cambios de régimen y a los conflictos socioeconómicos. Pocas bromas. En España, por ejemplo, se exige la identificación de las operaciones en efectivo iguales o superiores a 1.000 euros, lingotes de oro incluidos, pues el Banco de España considera que hay indicios de blanqueo de capitales o intención de fraccionar la operación para evitar la identificación. Es decir, hay que pesar el oro a diario para saber si el lingote sobrepasa o no esos dichosos 1.000 euros. Podría ser que, al menor descuido o fluctuación, nos convirtiéramos en unos delincuentes involuntarios.

Pues bien, todo estos pormenores se solucionan con el bitcoin. Esta criptomoneda no se está comportando hoy como un instrumento de transacción, sino más bien como una reserva de valor. Como el oro digital en una red monetaria de protocolo abierto. Existen, encriptadas, 21 millones de “monedas de oro” digitales. Ni una más, ni una menos. Imposibles, además, de falsificar, ya que su identificación construida sobre una tecnología de registro distribuido contempla puros algoritmos, tan imposibles de hackear como lo es el convertir un 3+4 en un 8. Esta cadena de bloques (blockchain) funciona como una base de datos descentralizada que comparten miles de ordenadores, o nodos, en su acepción informática. Una red global y descentralizada que únicamente podría ser alterada tras la aprobación de todos los nodos del sistema. Con otra cualidad fundamental para entender el futuro de la tecnología digital: al ejecutarse el protocolo por millones de nodos en todo el mundo, como si fueran las copias idénticas de un libro mayor de contabilidad, ninguna empresa, gobierno u organismo regulador puede entrometerse en él.

No hay en vano hay quienes proclaman, quizá exageradamente, la creación del bitcoin y la tecnología que lo soporta, blockchain, como la mayor creación de la especie humana. Ya digo, puede ser algo pretencioso exponerlo de esta manera. Pero no es exagerado decir que si Internet tardó casi ocho años en pasar de 150 millones de usuarios a mil millones, el desarrollo de la blockchain hace prever que los mil millones de poseedores de bitcoin se alcancen en tan solo cuatro años, los que nos quedan desde 2021 hasta 2025. Una velocidad que dobla a la que necesitó Internet para ser lo que es hoy.

Porque esos 300.000 euros que un ciudadano quiere guardar durante una década solo requiere una clave de acceso en su cabeza y no un pesado maletín repleto de oro. La firma Goldman Sachs ha tomado buena nota de estas ventajas y ya está ofreciendo a sus clientes esta nueva clase de criptoactivos que acabará sustituyendo a los activos actuales del mismo modo que el oro sustituyó a la sal y a las conchitas del mar.

Solo falta el Jack London que novele esta nueva quimera digital.