Opinión

La logística cambiará lo que hoy entendemos como hotel
Fernando Gallardo. Conferenciante, escritor y crítico de hoteles.

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Lo vamos a ir viendo a lo largo de la próxima década. Uno de los grandes puntales de la economía digital, por su capacidad tecnológica y de innovación, será la logística. Nunca tanto como ahora nuestras casas se han llenado de comodidades y productos por encargo, como lo que compramos a través de Amazon y otras plataformas de comercio electrónico. No ya libros o el menú del día. Ahora también nos llega a casa la ropa que hemos cliqueado en la web de Zara, el electrodoméstico que sustituye al que se nos estropeado o el último modelo de dispositivo móvil en la tienda online de Apple.

Gracias a la burbuja puntocom, que nos aportó el modelo de tantos fracasos, comprendimos hace dos décadas que el secreto de la virtualización del comercio no residía en la excelencia de las plataformas digitales, ni siquiera en la exigente producción de todo lo que necesitamos, sino en la inmediatez, la eficiencia y la comodidad de servirnos el producto en casa. Es la logística lo que importa.

Todas las previsiones apuntan, por consiguiente, a que el mercado digital y sus servicios conexos se triplicarán en 2030, a medida que las nuevas generaciones empiecen a comprar nuevos tipos de productos y todas aquellas cosas que necesitan con mayor frecuencia. ¿Considerarán que la entrega en un día y desde un solo clic es el estándar emergente impuesto por Amazon? ¿Exigirán un pedido servido en dos horas?

Probablemente esta velocidad que hoy consideramos óptima será despreciada en el futuro por prehistórica. El acelerador tecnológico acortará cada vez más la distancia y el tiempo de entrega. Y veremos cómo una parte de los productos llegarán a casa en 15 minutos desde su centro de distribución y otra parte será producida para nosotros en tránsito desde dicho centro logístico y nuestra casa. Muchos productos, por su sencillez, serán fabricados en factorías móviles inteligentes con capacidad de desplazamiento robótico. Sí, me temo que algunos renegarán de esta visión quizá distópica para los trabajadores fabriles y los camioneros. Pero en cuanto vean al vecino sus barbas pelar, pondrán seguramente las suyas a remojar. Amazon funciona en parte gracias a que tu vecino efectuó antes que tú un pedido online.

Por supuesto, este escenario aparentemente fantástico —no fantasioso— requiere un algo grado tecnológico de adquisición, tratamiento e interpretación de datos, que se antoja inviable para un equipo humano, pero muy factible para una aplicación de aprendizaje automático que ayude a predecir mejor cuándo, cómo, dónde y a quién se le entregará exactamente el paquete. Ello requiere que cada paquete contenga una enorme cantidad de datos. Y un sistema capaz de procesar miles de millones de eventos cada día. El enrutamiento inteligente será imprescindible en todo pedido y entrega de paquetes, por lo que es previsible que la gran inversión tecnológica de la próxima década en el sector logístico sea destinada a asegurar tamaña inteligencia en la ruta de la paquetería, tanto en el sentido de ida como en el de vuelta. Sí, en el de las devoluciones, como ya experimenta Amazon y otras plataformas.

¿Qué tiene que ver todo esto con el turismo? Mucho, muchísimo. Y será crucial también en el futuro de la industria turística. Porque cuanto más perfeccionado se muestre el sector logístico, más apetecible será para las empresas turísticas externalizar parte de sus operaciones y servicios. Una de las consecuencias más claras del auge de los encargos online será la transformación del departamento de F&B de los hoteles en una unidad de procesamiento de la ofertas culinaria de quinta gama y su entrega directa en la habitación de los huéspedes. Un espacio menos a atender, el de la cocina. Y por qué no, también el del comedor.

Pero hay más. A lo largo de esta década veremos desaparecer el televisor de las habitaciones de hotel. Carecen ya de sentido cuando sus ocupantes viajan con dispositivos móviles suscriptores de Netflix o Movistar. La televisión del futuro será completamente a la carta para elegir qué ver, a qué hora y dónde verlo. Aunque, ¿qué sucederá con aquellos que prefieran ver su programa favorito en una pantalla gigante de 8K, 16K o 64K? La experiencia será tenerla en la habitación del hotel por encargo. Netflix, Movistar o la compañía de pantallas se encargará de despacharla e instalarla en menos de 20 minutos. ¡Puro delivery!

Y por qué no pensar también en las oportunidades que ofrece una logística inteligente en la configuración automática del hotel flexible. Las camas se podrían personalizar hasta el extremo de ser expedidas según un esquema de economía colaborativa. O, de un modo más realista, de economía bajo demanda. Colchones personalizados cuyo uso tenga relación con el lugar donde los viajeros contemplen pasar la noche.

¿Suena todo esto a ciencia ficción? Más increíble es considerar que hace un siglo un hotelero tuvo la loca idea de introducir un cuarto de baño en sus habitaciones. Y lo llamaron loco, unos; sibarita, entregado al lujo, otros. Me refiero a la figura legendaria de César Ritz. ¿Pensaría este buen señor que algún día sus habitaciones no solo contendrían un espacio para la ducha, sino también para ver las noticias animadas en el entorno de una pantalla hoy conocida como televisor? ¿Sería capaz el adelantado Ritz de imaginar que sus huéspedes hablarían con todos los confines del mundo a través de un artilugio inteligente de tamaño menor que el de sus ceniceros, sin cables y sumergidos en la bañera? O que los platos de sus comensales serían elaborados sin fuego, mediante un simple proceso de inducción electromagnética.

Sí, señor Ritz. La ficción se hizo realidad.